Producida por el estudio de más prestigio y glamur del Hollywood clásico, la Metro-Goldwyn-Mayer, El puente de Waterloo (Mervyn LeRoy, 1940) es la segunda adaptación cinematográfica de la obra teatral homónima firmada por Robert E. Sherwood, autor de los guiones de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940) y Los mejores años de nuestra vida (William Wyler, 1946). Nueve años antes, y enmarcada en lo que se conoce como la etapa pre-code, James Whale dirigió para la Universal una primera versión protagonizada por Mae Clarke y Douglass Montgomery (acreditado como Kent Douglass) que, con mucho menos presupuesto, gozó en su lugar de una mayor libertad en lo que se refiere al tratamiento de uno de los temas más controvertidos de la obra: la vida como prostituta de su protagonista, Myra Lester.
Para llevar de nuevo a la pantalla esta historia sobre un soldado que se enamora sin saberlo de una prostituta, debían llevarse a cabo algunos cambios en el guion para amoldarla a las restricciones censoras impuestas por el Código Hays, vigente y recio ya en 1940. De este modo, en la película de LeRoy, Myra Lester ya no se nos presenta como una vulgar corista y prostituta, sino como una bailarina de ballet con un aparente futuro prometedor; y el soldado Roy Cronin no es un joven expatriado, sino un oficial maduro de buena familia. Y a pesar de estas variaciones introductorias, esta nueva versión de la historia respeta la esencia de la obra original.
Las estrellas del momento
El productor David O. Selznick, habiendo recibido clamorosos aplausos y ovaciones por su éxito con la superproducción Lo que el viento se llevó —el éxito del siglo—, estaba interesado en rescatar esta historia pensando que sería perfecta para su nueva estrella bajo contrato, la actriz británica Vivien Leigh. En ese momento, ella ocupaba todos los titulares y estaba en boca de todo el mundo tras inmortalizar a Scarlett O'Hara, y en los despachos de MGM vieron la gran oportunidad que se les presentaba y lo tuvieron claro. De hecho, la promoción de la película incidiría en ello indicando textualmente en sus carteles: «Su primera película tras Lo que el viento se llevó». Selznick acordó con el estudio la cesión de su actriz, no sin antes establecer una condición muy particular. En uno de sus famosos memorandos apuntaba lo siguiente: «La Srta. Leigh no es una de esas chicas que pueden ser fotografiadas por cualquier camarógrafo». Según Selznick, era importante que se captase «su extrañísima belleza»1.
La persona en quien confiaron esa tarea fue Joseph Ruttenberg, ganador de un Oscar por El gran vals (Julien Duvivier, Victor Fleming, Josef von Sternberg, 1938), ayudado por el especialista en iluminación Laszlo Willinger. El resultado de combinar estos dos talentos fueron los más hermosos y románticos primeros planos que hayamos podido ver de Vivien Leigh en la pantalla. Cuando se trataba de captar la elegancia y la sofisticación, la Metro no tenía parangón. Ruttenberg obtuvo una nominación al Oscar a la mejor fotografía en blanco y negro por su labor en esta película.
Establecido ese punto, se dispusieron a adquirir los derechos de la obra original y se contrató a S. N. Behrman para reescribir el argumento con el fin de suavizar o suprimir ciertos aspectos morales considerados polémicos para la sociedad de aquella época (y en especial para los censores de la oficina Hays). El guionista tuvo en mente al británico Laurence Olivier, la pareja de Vivien Leigh en aquellos días, para coprotagonizar la película, pero Louis B. Mayer tenía sus propios e inamovibles planes.
Durante años, Vivien Leigh había intentado convencer sin éxito a los productores de Hollywood para que le permitieran coprotagonizar una película con Laurence Olivier, pero esa oportunidad nunca se daría en Estados Unidos (sí trabajaron juntos hasta en tres ocasiones en producciones británicas). Vivien quedó decepcionada en un primer momento al conocer que Robert Taylor, quien era uno de los grandes nombres del estudio pero que arrastraba una serie de fracasos en taquilla, fue finalmente el elegido para interpretar al oficial Roy Cronin. En una de sus cartas, Vivien señalaba: «Robert Taylor es el hombre de la película, y como fue escrita para Larry, es un caso típico de mal casting. Me temo que será un trabajo monótono…». Sin embargo, pronto los dos se entendieron muy bien durante el rodaje y Robert tuvo palabras muy amables hacia ella: «Fue la primera vez que realmente actué a la altura de los estándares, a menudo inalcanzables, que siempre me imponía. La Srta. Leigh estuvo genial en su papel, y me hizo verme mejor». Ambos coincidieron al afirmar que El puente de Waterloo llegó a ser su película favorita de sus respectivas carreras.
La guerra más allá de las trincheras
El puente de Waterloo no es una película de género bélico, sino un romance melodramático ubicado en tiempos de guerra (en la ficción y en la realidad), pero los conflictos bélicos —la Primera y la Segunda Guerra Mundial— sí están muy presentes en esta película: las alarmas de los bombarderos resuenan mientras nos dirigimos corriendo a los refugios, los soldados llamados a filas se despiden de sus seres queridos en la estación de tren al tiempo que otros regresan de permiso, y una perenne sensación de tristeza y solemnidad invade las calles londinenses.
Myra y sus compañeras de baile no necesitan alistarse al ejército para saber lo que significa estar a las órdenes de un sargento; ya lo sufren con la despiadada conducta de Olga Kirowa (Maria Ouspenskaya), la propietaria de la compañía de danza en la que trabajan. En ningún cuartel del ejército se llegaría a exigir el nivel de disciplina que Madame Kirowa impone a sus jóvenes bailarinas. Controla minuciosamente los horarios de sus entradas y salidas, sus cartas, su alimentación y, por supuesto, sus vidas privadas.
Cuando nos cuentan historias sobre la guerra, a veces podemos llegar a preguntarnos qué ocurría con quienes se quedaban en casa y no partían hacia el frente. ¿Qué sucedía con las mujeres, por ejemplo? Debían quedarse allí y trabajar, por supuesto. Pero ¿y si no había trabajo? Esta película nos deja entrever una situación que, no me cabe duda, debía darse en aquellos días de miedo y miseria. Cuando Myra y su amiga Kitty (Virginia Field) se quedan sin empleo en la compañía de danza, pronto les acosará el hambre y la desesperación. Se sienten solas, desamparadas, y Myra ha recibido la noticia —que finalmente resulta ser un malentendido— de que su querido Roy ha muerto en combate. Ante una situación tan descorazonadora, no ven otra solución que venderse a sí mismas para poder sobrevivir, buscando clientela por las calles («No hay trabajo ni chicos que quieran casarse. Solo hombres que quieren comprar un poco de amor para olvidar sus penas»). Esta decisión, no premeditada sino forzada por la situación de necesidad, supondrá una carga cada vez más pesada para Myra cuando descubra que Roy sigue vivo y no se atreva a confesarle la verdad.
«No seas agorera»
Esto mismo le dice Roy a Myra en una ocasión. Nuestros enamorados difieren mucho en el carácter; Roy se muestra siempre optimista, decidido y animado ante cualquier situación (ni siquiera se le ve abatido al regresar de los horrores de la guerra); sin embargo, Myra parece siempre estar esperando que el destino le depare una mala jugada que trunque sus ilusiones (al principio de la película descubrimos que confía su suerte en un amuleto). Y quizás sea esa la razón, que la negatividad y el miedo tengan más poder del que imaginamos, por la que el destino no deja de poner trabas a su amor. Por un lado, Madame Kirowa no conoce otro mundo más allá del baile y ese es el mundo que impone a sus muchachas; por otro, un desliz burocrático retrasa la boda que los dos tanto ansían; después la guerra reclama a Roy antes de que lleguen a formalizar la boda… Y ni siquiera tienen la ocasión de despedirse como es debido porque la pobre Myra se retrasa al perder un taxi de camino a la estación. Por no hablar del fatídico momento en que Myra, desolada por la noticia del supuesto fallecimiento de Roy, no puede guardar la compostura delante de su madre, llevándose esta una nefasta impresión de ella. La mala suerte se ceba con ella; quizás no debió darle el amuleto a Roy.
Así que ¡cómo que «no seas agorera»! El destino juega sus propias cartas y no parece que haya nada ni nadie que pueda hacer algo al respecto.
El son de un fatal destino
La incertidumbre y los malos augurios que trae consigo la guerra son una constante en la mente de estos personajes que sufren día tras día las adversidades de vivir esa penosa situación. Y ese mal augurio lo presentimos también los espectadores, ya desde el primer momento, al escuchar el tema principal de El lago de los cisnes de Tchaikovsky que acompaña a los créditos iniciales. El conocedor de esta obra bien podría deducir por su final que un fatal destino aguarda a los protagonistas de la película. Y, en efecto, así es. Tal y como ocurre en el ballet, el suicidio marcará el punto final en la historia de amor entre Myra y Roy. A ella la vemos caminando sin rumbo fijo por el puente de Waterloo, con la mirada perdida, hasta que sus ojos advierten las ruedas de los automóviles que circulan a toda velocidad en dirección contraria. En un momento de desesperación y vergüenza, Myra se lanza delante de ellos desando poner fin a su vida… y lográndolo. Este momento, sin duda, nos evoca la imagen del trágico final de Anna Karenina arrojándose a las vías del tren, siendo una casualidad que Vivien Leigh interpretara ese mismo papel en 1948.
Por cierto, hay una cosa curiosa: a Robert Taylor debió mirarle un tuerto; no cabe otra explicación razonable que justifique la cantidad de desgracias amorosas que sufrieron sus personajes en un lapso de tan pocos años. Parecía que todas y cada una de sus enamoradas siempre se morían al final: Greta Garbo en La dama de las camelias (George Cukor, 1936), Margaret Sullavan en Tres camaradas (Frank Borzage, 1938) y ahora, con esta, le llegó el turno a Vivien Leigh.
Pero no podemos olvidar que hay otro tema musical muy presente en la película que también nos proporciona alguna pista al respecto. Se trata de la popular canción escocesa Auld Lang Syne, habitualmente asociada con el festejo del Año Nuevo y otras despedidas solemnes. Una versión adaptada en español por Rafael Medina titulada Vals de las velas parece, de hecho, subrayar ese aspecto melancólico, que además casa muy bien con la historia de Myra y Roy (y esa fabulosa escena de baile que comparten juntos a la luz de las velas).
No importa si un destino cruel
nos ha de separar,
por siempre nos querremos bien
de estas horas recordar
Una historia circular
Como el giro de una bailarina sobre sus pies al danzar, el argumento de esta película dibuja una circunferencia perfecta. La guerra (la Segunda Guerra Mundial) irrumpe a golpe de megafonía al comienzo de esta historia. Un encanecido Roy Cronin se dirige al puente de Waterloo y sostiene en su mano el amuleto de la suerte de Myra. Allí se vieron los dos por primera vez. Es entonces cuando Roy empieza a recordarla y, por medio de una analepsis, viajamos atrás en el tiempo —aunque no en el espacio— para ser testigos del origen de esta breve y trágica historia de amor que compartieron juntos.
Hacia el final de la película, Myra yace muerta en la carretera envuelta por una multitud curiosa, y la cámara dirige nuestra mirada hacia su amuleto, el cual nos devuelve al tiempo presente donde empezó la historia. Todo comenzó en el puente de Waterloo, y también allí se halla su final. Y así, el circulo se cierra.
Dirección: Mervyn LeRoy | Guion: S.N. Behrman, Hans Ramaue, George Froeschel | Obra de teatro: Robert E. Sherwood | Música: Herbert Stothart | Fotografía: Joseph Ruttenberg (B&W) | Reparto: Robert Taylor, Vivien Leigh, Lucile Watson, Virginia Field, Maria Ouspenskaya, C. Aubrey Smith
Referencias
Vivien: The life of Vivien Leigh (Alexander Walker, 1987)
Vivien Leigh: A Biography (Michelangelo Capua, 2003)
Vivien Leigh: An Intimate Portrait (Kendra Bean, 2013)
Cita de David O. Selznick reproducida en Vivien: The life of Vivien Leigh (Alexander Walker, 1987).
Muchísimas gracias por descubrirme esta maravilla, y por tu trabajo en general en la difusión del cine clásico, que destila un amor hacia este arte que yo también comparto. Gestos como el tuyo, de una fértil generosidad, no es que me hagan recobrar la esperanza en el ser humano, sino que la confirman. Bendiciones.
¡Me encantó la película! Resalto:
-la belleza de los primeros planos de Vivían Leigh, la expresividad de sus ojos…madre mía 😍
-parecía un simple historia de amor y me gustó el giro
-la sutileza para explicarnos a qué se estaba dedicando la amiga. ¡Súper escena!
-el gran machismo detrás de todo; el propone y dispone. Después de la boda, iba a dejarla con su madre, y como no pudieron casarse, entonces, ahí te las compongas. Y luego llega como si nada.
Al final, acaban con un “suicidio romántico” porque en ningún caso iba a quedarse con una mujer “manchada”.
Muchas gracias por descubrirnos esta película maravillosa ☺️
Ah, y sí! Preciosa la amistad de Kitty. Así es ❤️